Consideramos urgente cuestionar y revisar los relatos hegemónicos surgidos a partir de la interpretación de estas imágenes del pasado que se encuentran en nuestro acervo, con el fin de subvertir sus narrativas. Creemos en la posibilidad de contar historias más inclusivas, donde todas y todos nos veamos representados.

Por tal motivo, el nombre "Archivo Edita" tiene origen a partir de dos referencias. La primera guarda relación con nuestro objetivo como fundación; de ahí el uso del verbo "editar", que significa la acción de modificar un documento o archivo. La segunda referencia es en honor a Edita Pérez Fuenmayor, quien fue la primera en donar sus fotografías de juventud para este proyecto. Edita es para nosotros nuestra fundamentación teórica y guía espiritual del proyecto porque, alrededor de ella y su terraza, se tejió una comunidad donde todos, sin distinción alguna, eran invitados a veces para interminables tertulias de temas variados o simplemente para contemplar el mundo pasar.

Deseamos que, al igual que la relación entre Edita y su terraza, la misma comunidad forme parte de los procesos y pueda contribuir con sus historias, experiencias y hasta objetos más personales, para enfrentarnos a los relatos tradicionales y a los tópicos que invisibilizan numerosos rostros e historias. Nosotros no solo pretendemos rescatar y conformar un acervo documental, sino también llevar a cabo un enfoque transversal que promueva metodologías de trabajo interdisciplinarias, fusionando prácticas archivísticas, artísticas y de investigación, sin dejar de lado nuestra misión como proyecto colectivo.

Edita Pérez Fuenmayor, es la arquera. 

Una que aprieta su astil con la misma fuerza que sostiene el peso de las imágenes de su palabra. Que en épocas de centinela de las terrazas, lidera su monarquía de la observación mecida en el vaivén de su trono tejido en mimbre. Ella, vigía del mundo de las matas, de los pájaros y otras bestias del caribe urbano, habita las mañanas, todavía oscuras, comiendo pan de sal con café de leche. Con sus labios reza siete avemarías y con sus dedos se desliza entre pepitas de un rosario mezclado en mugre y polvo. Su plegaria hecha susurros permanece audible para algún desdichado que ha perdido la fe y necesita amansar a sus enemigos. Siempre invoca a San Marcos “Bravo” de León, su santo preferido.

Cuando el sol fallece rosado, prepara suficiente tinto con la convicción de que llegará la visita, pero cuando no, al asomarse la noche, enciende el televisor buscando el drama y las historias que le fueron negadas a degustar. De ella se dice que se quitó unos diez años encima, luego de la quemazón del 49 por allá en San Nicolás. Que su único amor fue aquel que sí le dejaron tener, aquel que la convirtió en madre nodriza de sus seres más cercanos, con la tarea más ingrata que existe.

A nuestra dama de cabellos de filigrana de plata. Este proyecto es un homenaje a su vida.